En un principio fue un pez gravitando en un océano
amniótico. Después se tapiaron sus hendiduras branquiales y le crecieron unos
muñones traslúcidos con los que pataleaba tratando de apoyarse en la esfera que
lo contenía. Los pulmones y las escamas que desarrolló más adelante le dieron
un aplomo que nunca antes había experimentado.
Casi al final del trayecto unas plumas regurgitadas por su
boca de carnívoro le remitieron al ave que llevaba dentro. Por fin nació en
forma de sorprendido homínido rebosante de mucosidades, ante la mirada curiosa
de sus papás.
Creció con todos los atributos de los mamíferos: pelo,
labios chupadores y una insistente necesidad del calor de la manada. Al final
de la adolescencia sintió la urgencia de volar en parapente para poner a prueba
sus hormonas. Durante su madurez se curtió a base de arrastrarse de un trabajo
poco digno a otro. Ya en la vejez mudó de piel y sus duras escamas protectoras
dejaron al descubierto la piel transparente y delicada de un anfibio. Murió
boqueando como pez fuera del agua.