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miércoles, 29 de mayo de 2013

Novela histórica



Los caballeros tienen un aspecto imponente. Las catapultas parecen auténticas. Los estandartes lucen los mismos colores brillantes que los que vio este verano en Siena mientras se  documentaba recorriendo los  lugares históricos.
Acaba de conseguir el castillo. El guión ha sido meticulosamente revisado.
La leyenda del Rey Arturo se ha puesto en escena muchas veces, lo sabe, pero esta versión es definitivamente novedosa. Está deseando tenerlo todo preparado  para empezar.
Por fin ha conseguido olvidarse del montaje anterior: una historia de piratas. Las experiencias vividas con el barco, los figurantes y la isla han continuado rondando sus pensamientos muchos días después de desmontar los escenarios.
Ahora que ya dispone del castillo, una nueva obsesión engrasará sus energías hasta que consiga llegar al final. Hasta que todo encaje exactamente con la historia que ha construido tras tantas horas de preparación, y que ahora visualiza incluso en sueños.
Cuando compra los accesorios y el attrezzo dice que son para su sobrino, no tiene por qué dar explicaciones innecesarias. Está claro que no debe de haber muchos dependientes de juguetería dispuestos a comprender su enfermiza pasión por representar novelas históricas con los playmobil.

             La impresionante fotografía del castillo me la ha prestado Beatriz Alonso Aranzábal


miércoles, 22 de mayo de 2013

El futuro del pasado



La señora Capuleto y la señora Montesco se encontraron en el mercado de la Piazza delle Erbe -al fin y al cabo Verona no era más que un pueblo- quince días después de la desgraciada confusión que llevo al suicidio sucesivo de sus impulsivos hijos.
Ahora que el destino les había vetado ser las consuegras más enemistadas de la historia de la literatura universal, se miraron fijamente a los ojos buscando una salida. En lugar del odio y la tristeza previstos, no pudieron evitar imaginarse la felicidad de hacerse apacibles visitas para tomar pandoro con café y, aun más adelante en ese imposible futuro, cuidar juntas de sus bellísimos y apasionados nietecitos.   
  
                                                                     Fotografía hecha en la Piazza delle Erbe  de Verona, en un viaje.

sábado, 18 de mayo de 2013

De lo vulgar y lo exótico





¿Alguien podría considerar a un funcionario de correos como un especimen exótico? Probablemente la respuesta sería positiva si ese alguien fuera un zíngaro trotamundos o la trapecista de un circo ambulante, aunque no estoy muy segura de que estos personajes existan en la actualidad. 
¿Puede un perro ser en algún caso un animal exótico? A nosotros no nos lo parece,  pero seguramente  para el último Dodo sí lo fue, y quizás la fascinación que le provocó ese exotismo fue su perdición.
Lo único que queda en la actualidad del Dodo es un esqueleto completo y unos pocos huesos repartidos por diferentes museos de Historia Natural del mundo. Estos restos, algunos dibujos que hicieron los navegantes que llegaron a la isla Mauricio antes de 1662, y las descripciones escritas en los diarios de los naturalistas que consiguieron verlo son las fuentes que han servido para hacer unas cuantas reconstrucciones en plastelina de cómo debía ser ese pájaro tan especial. Lewis Carrol lo “resucitó” en un entrañable personaje que le da  consejos a Alicia de cómo secarse, y los hemos podido ver en la delirante Ice Age, depeñándose en masa por un acantilado.
El Dodo era un pájaro  de unos 20 Kg, supuestamente torpe y calmoso, al que la selección natural no creyó oportuno dotarle de una habilidad tan común entre sus congéneres: volar. En la remota isla donde habitaba nadie le perseguía.
El problema surgió a partir de 1638. La isla fue colonizada por  primera vez por europeos. Las colonizaciones rara vez auguran nada bueno para la tranquilidad de los lugareños. Tampoco para los habitantes de esta isla del océano Índico. Los navegantes que iban llegando a la isla encontraron en ese ave, tan extravagante y  que se mostraba tan confiada ante la presencia humana, motivo de diversión y un alimento fácil y abundante. Pero además de su insaciable apetito, los europeos llevaron consigo a sus mascotas y otros acompañantes: gatos, perros y ratas. Estas especies, voraces y con una enorme tasa reproductiva, irrumpieron en el ecosistema en el que había reinado el Dodo anteriormente, para apartarlo a codazos y situarse ellos en la cima de la pirámide trófica.
Atacaron los nidos de estos cándidos pájaros y los exterminaron sin piedad.
En la biografía de la extinción existe un caso aun más espectacular: un paseriforme incapaz de volar, el chochín de la isla de Stephen, en Nueva Zelanda, fue exterminado por Tibbles, el gato del farero que se instaló en la isla en 1895. La nueva especie se describió (a partir de muestras en formol de los pájaros  que el gato le llevaba al farero) y se extinguió al mismo tiempo.
Quizás los perros y los gatos que habitan ahora la Isla Mauricio y la isla de Stephen, unos tristes carroñeros descendientes de aquellos predadores europeos, tengan la pesadilla recurrente de que persiguen  a una paloma gigante y absurda, pero siempre justo en el momento en que están a punto de cazarla se despiertan.
Si a su aspecto de pájaro rarísimo se le añade el plus romántico de su extinción, el Dodo  podría erigirse como el símbolo de lo exótico, por lejano en el espacio y ya inalcanzable en el tiempo. Pero no quiero ni pensar en lo exóticos que le debieron parecer a éste pacífico animal  el desembarco de un desfile de seres sin plumas y armados con colmillos, trabucos, sables, garras y bigotes, que destruyeron su confortable y exótico universo para instaurar otro grotesco, desequilibrado y  vulgar.


miércoles, 15 de mayo de 2013

De camino al trabajo




Me mira. Todos los días.Cuando salgo del tren y paso por delante del edificio de camino al trabajo. Desde la terraza del primer piso. Fijamente. Como si buscara a alguien.
No hay cortinas y la puerta de la terraza está abierta. Pienso en el frío que estará pasando ahí afuera. Dan ganas de subir a abrazarle. Asoma medio cuerpo desmadejado y sarnoso por encima de la barandilla y mira a la calle, como trastornado. Adentro solo hay paredes enmarcadas en aluminio. Me imagino la secuencia: primero notifican, luego vacían, después vienen los del banco a cerrar. Como no saben qué hacer con semejante animal lo retiran de en medio para poder limpiar mejor. El oso es más grande que ellos. Cargan su peso muerto y lo arrojan a la terraza que da a la calle de la estación. Abajo, sentados en el alféizar de una ventana del bar, pasan el día los taxistas esperando un cliente y haciendo bromas con la chica guapa que siempre les acompaña. En la otra esquina un par de jubilados reparten folletos con ilustraciones del  reino de Dios y rebaños de corderos.
El descomunal oso de peluche intenta llamar la atención con sus brazos abiertos en una contorsión que recuerda una súplica. Pero todos aparentamos que no pasa nada, que no vemos al enorme peluche de tómbola ni oímos su grito silencioso y naranja.

                                    Mi tercera propuesta para la primavera de microrrelatos indignados

domingo, 5 de mayo de 2013

Lo mejor




Elisa observa embelesada cómo su niña juega con la hija de la señora. Una rubia, con bucles de princesa; la otra enjuta, con ojos negros, enormes y atentos. Le encanta que se entiendan tan bien.
Se siente feliz de poder servir en esta casa en la que le dejan criar a su hija mientras controla con pulso implacable cacerolas, sábanas y corrientes de aire.
Las mira ilusionada, anhelante.
No podría desear mejor destino para su Adela-y se lo pide a Dios cada día-que todo siga su curso natural. Que ambas crezcan, asuman mansamente lo que se espera de ellas,  y que por fin un día su princesa pueda ser la criada de esa niña rubita.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Deseos



                                                                     
                                                                          (fotografía de Elías Ruíz Monserrat) 

Él nunca quiso ser tenista, pero cómo contrariar los más hondos deseos de su papá hablándole de escalas y arpegios.
 Es por eso que siempre se demora en el vestuario escuchando la melodía que el aire del ventilador interpreta al atravesar la red de su raqueta, mientras el grifo gotea melancólico un adagio.