Mi bisabuela parió
catorce hijos, de los cuales solamente siete sobrevivieron a una infancia sin
antibióticos. Pero le bastó con acudir al santoral siete veces, pues el nombre
del niño que moría era adjudicado automáticamente al siguiente bebé, como queriendo
brindar otra oportunidad a ese santo en la familia. Estas segundas versiones siempre sorprendían a la comadrona por su enorme peso al nacer, cosa que no nos debería extrañar pues cargaban con la losa de las expectativas y el duelo de la madre .
Hoy hemos
enterrado a la última hermana de mi abuela que quedaba viva. Luisa, de noventa
y cinco años, se ha reencontrado por fin con Luisita, de tres añitos, y con el resto de parejas de ancianos y bebés homónimos que habitan en
el panteón familiar. Una ansiada reunión en la que se hablará de
balances, de aspiraciones frustradas, de envidias incorruptas, de segundas oportunidades
desaprovechadas y, en fin, de esta familia nuestra
en la que los más espabilados han conseguido llevar una doble vida impunemente.
En el mismo instante en que el
equipo de arqueólogos comunicó que habían localizado las ruinas de Troya, una
sacudida sísmica recorrió la espina dorsal del resto de las Artes y las Ciencias.
Expertos de todas las disciplinas entraron inmediatamente en acción. Desde
entonces todos quieren saber. Equipos oceanográficos rastrean el centro del
Atlántico en busca de cierto continente sumergido. Geólogos y buscadores de oro
insisten en haber vislumbrado destellos de El Dorado selva adentro. Un congreso
de filólogos se ha reunido de urgencia para debatir sobre la pipa incorrupta
encontrada en un sótano de Baker Street y también sobre esa trenza desvaída que
luce una calavera en la cripta veronesa de la familia Capuleto.
Los zoólogos buscan dragones
en el orden de los Saurios. Los alquimistas se afanan en sus laboratorios. Hay
indicios de que el esqueleto congelado del gigante hallado en Katmandú pertenezca
a un tal Yeti, y en los lagos escoceses patrullan las lanchas día y noche.
Aprovechando este universal despliegue
de curiosidad, yo estoy empeñada en averiguar de una vez si es cierto eso que
me repites cada vez que te arrepientes de hacerme lo que me haces. Esa absurda
fantasía de decirme que me quieres.
La tutora de
primero de bachillerato enseguida se percató del enorme potencial de Abdelilah.
Poseía ese tipo de inteligencia natural que tienen algunos chicos que les
permite entender los conceptos más abstractos a la primera y a la vez estar al
tanto de todo lo que ocurre alrededor, y colocarse siempre en una posición
ventajosa. Pero tenía un gran defecto, que en bachillerato podía llegar a convertirse
en un lastre: era un gandul de tomo y lomo. Si no cambiaba de actitud y se
ponía a trabajar inmediatamente, las notas de la primera evaluación se iban a
resentir y sería una verdadera lástima que abandonase los estudios.
Decidió pedir una
entrevista con sus padres para tratar de reconducir la situación.
Cuando
acudieron a la cita, el padre ataviado con una chilaba y la madre cubierta con
el chaddar, se dio cuenta de que,
aunque ya hacía cinco años que habían llegado de Marruecos, eran incapaces de entenderle
y de mantener una conversación. Ella no había caído en pedir con tiempo el
servicio de intérpretes que ofrecía el ayuntamiento, así que como último
remedio para no perder la entrevista , fue a buscar a Abdelilah para que él
mismo hiciera la traducción simultánea de lo que les quería comunicar.
La
tutora comenzó alabando la inteligencia del chico y su buena integración en el
grupo. Los padres escuchaban a su hijo y sonreían complacidos, mientras miraban
alternativamente a la profesora y al chaval.
Pero
cuál fue su sorpresa cuando vio que mantenían idéntica expresión de
satisfacción y beatitud mientras el chico supuestamente les traducía todas las
quejas acerca de su vagancia y la advertencia sobre los malos resultados que
iba a tener.
Aunque
se lo dijo bien claro a su traductor traicionero, al terminar el encuentro no
estaba segura de que se hubieran enterado que les citaba para otra reunión con
la intérprete del ayuntamiento.
La tutora de primer de batxillerat de seguida va
adonar-se de l'enorme potencial d'Abdelilah. Posseïa aquell tipus
d'intel·ligència natural que tenen alguns nois, que els permet entendre els
conceptes més abstractes a la primera i alhora estar al corrent de tot el que
passa al voltant, i col·locar-se sempre
en una posició avantatjosa. Però tenia un gran defecte, que en batxillerat
podia arribar a convertir-se en un llast: era un mandrós integral. Si no
canviava d'actitud i no es posava a treballar immediatament, les notes de la
primera avaluació se'n ressentirien i seria una veritable llàstima que
abandonés els estudis.
Va
decidir demanar una entrevista amb els seus pares per intentar reconduir la
situació.
Quan van acudir a la cita, el
pare abillat amb una gel·laba i la mare
coberta amb el chaddar, es va adonar
que, tot i que ja feia cinc anys que havien arribat del Marroc, eren incapaços
d'entendre-la ide mantenir una conversa.
Ella no havia caigut a demanar amb temps el servei d'intèrprets que oferia
l'ajuntament, així que com a última solució per no perdre l'entrevista, va anar
a buscar Abdelilah perquè ell mateix fes la traducció simultània del que els
volia comunicar.
La
tutora va començar lloant la intel·ligència del noi i la seva bona integració al
grup classe. Els pares escoltaven el seu fill i somreien complaguts, mentre
miraven alternativament a la professora i al xaval.
Però
quina va ser la seva sorpresa quan va veure que mantenien idèntica expressió de
satisfacció i beatitud mentre el noi suposadament els traduïa totes les queixes
sobre la seva vagància i l'advertència sobre els mals resultats que
aconseguiria.
Encara que ho va dir ben clar al
traductor traïdor, en acabar la trobada no estava segura que s'haguessin
assabentat que els citava per a una altra reunió amb la intèrpret de
l'ajuntament.
La Mònica Gispert, que aquest dijous ens farà de presentadora a Vilafranca, ens ha fet aquests fantàstics dibuixos que són igualets igualets al Jordi i a mi. Gràcies!! Y gracias a Mel Nebrea por compartir conmigo esta situación.
Todas
nos preguntábamos qué habría exactamente al final de aquellas escaleras.
En
el colegio de las teresianas de Tortosa los pasillos eran amplios y luminosos.
Las aulas-situadas simétricamente a ambos lados del pasillo- eran diáfanas, sin
columnas ni rincones. Un aroma a lejía y a orden impregnaba la atmósfera del
edificio y nos transmitía la confortable sensación de que todo estaba bien en
el orden del Universo. Incluso las estatuas de santos y vírgenes, estilizadas
tallas de madera clara sin apenas detalles, reforzaban esa idea de sencillez y
transparencia.
Pero
había una parte del edificio que despertaba nuestra sed de misterio y
oscuridad. Eran las escaleras que llevaban a las habitaciones de las monjas.
Por supuesto, teníamos totalmente prohibido subir por esas escaleras, aunque el
acceso a la clausura se ubicaba en una zona por la que teníamos que pasar
constantemente si el aula estaba en el segundo piso.
Cada
vez que pasaba por allí me imaginaba cómo debían ser esas habitaciones:
austeras celdas con una tinaja y una estantería, una cruz en el cabezal de la
cama de hierro y una biblia en la mesilla de noche. Predominaría el color
blanco con algunos toques de marrón. También habría una percha con el hábito de
recambio y una rasposa manta de lana a los pies del somier. Sin espejos donde
mirarse, no tendrían que preocuparse de comprobar si se habían colocado bien la
cofia cada mañana, tan habilidosas eran que acertaban a la primera el
complicado mecanismo de esconder en ella todo el pelo.
Elucubrar
sobre los rituales de aseo de las monjas era algo que me fascinaba, pues estaba
convencida de que para ellas regían otro tipo de leyes naturales que para el
común de los mortales. Solían mostrar una palidez especial en la piel. No era
que les faltara pigmento, como nos ocurre a las personas de piel muy blanca.
Era otra cosa, una calidad distinta, una leve transparencia que dejaba adivinar
fluidos internos y que no permitía la formación de arrugas ni de marcas de
expresión, al contrario de los que les ocurría a otras mujeres de su edad, como
a nuestras propias madres.
Ese
era otro misterio: saber cuántos años tenían.
Probablemente
era la textura de su piel lo que les confería una edad indefinida, casi eterna.
Digamos que se plantaban en la edad de Cristo y mantenían el mismo aspecto
hasta la vejez. Lo mismo ocurría con su pelo, que permanecía -lo poco que
asomaba bajo su cofia- sin canas durante décadas.
Así,
mientras nuestras habitaciones estaban repletas de posters, camisetas
sucias, libros y discos, esas celdas impolutas y algo húmedas eran el símbolo
del vacío, de la soledad, de la nada.
A
veces fantaseaba sobre qué debían de hacer en sus celdas después de los rezos
vespertinos ¿Se reunían unas en las habitaciones de las otras para charlar como
hacían las internas del colegio? O quizás se recogían en la inmovilidad y el silencio
de su habitación para mantener la tersura de su cutis intacta. Nuestras madres no
tenían la libertad que proporciona una habitación propia. ¿Añoraban a la
familia que no se habían permitido tener para ser la “madres” de todas
nosotras? ¿Soñaban alguna vez con que alguien las acariciara?
Las
escaleras de clausura ascendían y ascendían por encima de nuestra vista,
llegando mucho más allá que la estricta prohibición de no subirlas.
Dedico esta entrada a mis antiguas compañeras del colegio.Tras muchos años de subir diferentes escaleras nos hemos reencontrado y hemos podido recuperar así toda nuestra infancia colectiva.
Una no puede resistirse a colgar la invitación cuando la ciudad a la que va a presentar su primer libro es su ciudad natal.Y más si la presentación se hace al lado de la casa familiar, los presentadores son personas conocidas de toda la vida y las lectoras son las compañeras de primaria del colegio reencontradas y reconvertidas en amigas. No deja de ser una situación extraordinaria.
En el
pasaje entre los bloques de Santa Córdula y Santa Cándida todo son flores y
mujeres limpiando. Cubos de agua jabonosa y estropajos en mano, las mujeres se
arremangan y frotan a fondo la fachada familiar, barren las repisas y arreglan
las flores en las ventanas. Los hombres, vestidos para la ocasión, miran y a
veces ayudan con desgana yendo a buscar una escalera o devolviendo una escoba a
la comunidad, pero sin entender a qué obedece tanto énfasis.
Acompaño
a mi padre, me acomodo a su torpe caminar y
a medida que avanzamos las escenas se
deslizan a nuestro paso: una niña se besa la mano y deposita el beso en la cara satinada de su tía, que la contempla sonriente. Una mujer se inclina para limpiar un
jarro con agua y jabón tratando de no mojarse el vestido. Más adelante, una tribu calé ocupa toda la calle San Mateo,
obstaculizando el paso de otros paseantes que se creen más ilustres y los miran de
reojo. El abuelo está sentado en una silla plegable y una mujer joven da de mamar de pie al más pequeño de
sus hijos. Los demás churumbeles la envuelven con sus correrías. Dos
adolescentes hacen un aparte para hablar de sus cosas, usando el verbo pillar y algunos adjetivos que se escurren al oído.
Todo
el mundo ocupa las calles. Algunos pasean, otros charlan en corrillos con
los suyos. Es fácil encontrar a amigos de la infancia, que ahora parecen
difuminados con un trazo más leve, saludar a tíos lejanos o a conocidos de tus
padres a los que apenas reconoces. Todos se dicen palabras suaves, sentidas,
conformadas. Una especie de melancolía festiva flota en el ambiente, como cada
año por estas fechas.
Antes
de llegar a lo de los nuestros, mi padre me explica a quienes vamos a encontrar
y cómo hemos de proceder cuando se abra la puerta. Cuando llegue el momento, dice, él
entrará el primero, y preferiría hacerlo por la puerta de la derecha, donde
están sus parientes más cercanos: su padre y su abuela Leonor. Pero lo más importante es aprovechar su
ingreso para renovar la placa que cubre la entrada doble antes de
que se caiga a pedazos. Por fin llegamos. Antes siquiera de poder abrir la bolsa
con los trapos y las flores ya ha desplegado ante mis ojos el folio, con absoluta naturalidad. ”Granito
negro-sudáfrica de 2 cm, visera, tornillos de anclaje y pomos con grabación de
número y familia” reza el presupuesto más barato que ha encontrado. Me lo da
para que tenga una copia y me encargue yo del asunto de la lápida. Observo el papel fijamente. A él no sé cómo mirarle.
Recortada por un encaje de cipreses, una
magnífica luz de otoño ilumina la
celebración del día de difuntos en las calles del cementerio de la ciudad donde nací.
Impulsada por una
tibia corriente, filtro plancton con mis gelatinosos tentáculos. A continuación
mi aleta caudal corta el agua. Me cubro sucesivamente con la piel satinada de un
anfibio y con las ásperas escamas de un reptil. Chasqueo la lengua bífida y me
brotan unas alas briosas, que se transmutan en disuasorias zarpas. Por último,
justo antes de despertar, suspiro con resignación y me pongo de pie.
La hipnosis
profunda ha resultado ser una técnica eficaz para reproducir el viaje desde el origen.
Investigamos sin descanso para revertir el proceso. No hay nada como la
despreocupada placidez de las medusas.
¿Carabelas portuguesas varadas?
El texto lo cuelgo a modo de ansiolítico, para calmarme un poco dando un paseo más largo y así quitar importancia a lo que no la tiene. Las fotografías las tomé yo hace un tiempo en una playa del Delta del Ebro. la ilustración es de Mike Worrall.
-Deberíamos poder quitarnos los brazos,
como hacía yo de pequeña con las muñecas-me dice, con voz sonriente.
Ultimo día de vacaciones, el primero
fresco. Lluvia y viento desapacibles como una advertencia.
Estamos solas y tenemos un poco de frío. La
miro y me sorprendo al constatar cómo ha crecido. Siento vértigo al pensar en
su edad, en mi edad. Me pide compartir la cama de matrimonio conmigo después de
ver, enredadas en el sofá, cuatro capítulos seguidos de nuestra serie favorita.
Desprevenida, doy un par de excusas vagas pero ante la mención del frío claudico
sin resistencias.Nos deslizamos bajo la sábana cubierta por la
única colcha que encontramos en el chalet de alquiler.
Nuestros cuerpos adultos, sorprendidos de
esta renovada intimidad, buscan acomodo entre almohadas y oquedades. Temerosos
de molestar pero deseando recuperar esa dulzura de algodón y colonia infantil
de la última vez, ensayan combinaciones, se mueven inquietos en una improvisada
coreografía de brazos y piernas. Tiene razón, es como si nos sobrasen los
brazos. No sabemos dónde ponerlos. Independientemente de la postura que
intentemos, tropezamos con ellos. Excesivamente largos, demasiado torpes.
En mi duermevela, el desfile al completo:
las muñecas peponas, las andadoras de Famosa con piernas regordetas, las Bratts
y finalmente las Barbies de cuerpo imposible con las que jugaba y a las que
desmembraba en la bañera. A veces las intentaba reconstruir, igual que hacía
con los bolis y los aparatos electrónicos, pero no siempre el proceso era
reversible. Entonces decía: ¡se ha roto! El paisaje de esos cubos enormes para
guardar juguetes solía ser dantesco: piernas, cabezas con melena de estropajo,
brazos impares y absurdos como pequeños ex votos con su muñoncito
redondeado al final, muelles de bolígrafo y diminutos accesorios de casa de
muñecas. Todo a la vez, y sin ninguna explicación.
Las muñecas mutiladas orbitan sobre mi
cabeza como ovejitas insomnes y con mirada desafiante me preguntan si me
atreveré a usar mis brazos, tal como hacía veinte años atrás cuando ella me
pedía que durmiéramos juntas, para dormir abrazada a la que un día fue mi niña,
aquella que jugaba con ellas con tanta pasión.
Recupero esta entrada del fondo del blog - fue la primera que publiqué- para volver a evocar sensaciones tan reconfortantes y al mismo tiempo tan perturbadoras como las que provocan la conciencia del paso del tiempo a través de la vida de los hijos.
Mientras tanto mi "ex niña" vive su sueño lejos de aquí. Y yo me siento feliz. Y también un poco nostálgica.
( La imagen es un
fotomontaje de Pilar Mandl , cedido por la autora, que además de un pedazo de
artista es mi amiga) Para muestra un botón
Hace tiempo que divago sobre la
relación entre las piedras y las historias, pero me faltaba una pieza para
completar el puzzle. Esta mañana, paseando con mis perros, he dado con ella.
Voy a intentar cerrar mi argumento .
Si prestamos la suficiente atención,
un edificio de piedra nos puede narrar una novela. Impregnarse de la atmósfera
lechosa que flota en el interior de una catedral gótica o pasear sin prisas por
las gradas de un anfiteatro romano nos da la oportunidad de leer la historia
que las piedras de ese monumento nos susurran. Novelas góticas enmarcadas en
castillos checos, intrincadas novelas policíacas en decadentes balnearios,
siniestras historias de amores ilícitos en los pasadizos subterráneos que
comunican los monasterios de dominicas y benedictinos, o las más tristes
historias de fantasmas bajo el campanario que sobresale del pueblo anegado por
el pantano.
En cambio, las estatuas que vemos en
los museos- esas diosas blanquecinas y porosas como bloques de sal o los
bronces naufragados con incrustaciones marinas- no tienen ni el aliento ni la
perspectiva de las grandes sagas, pero pueden sugerir el desarrollo, conflicto
y desenlace que tensan un buen relato. Un relato por cada estatua: generales
ecuestres carcomidos por excrementos de paloma, el berraco rescatado del río
que da la bienvenida desde la época de los romanos a todo el que entra en
Salamanca, las vírgenes que nos contemplan desde sus hornacinas, aburridas ya
de sus tonos azules y su sonrisa insípida, o las tallas rescatadas de un
naufragio que nos hablan de piratas feroces y escurridizas sirenas.
¿Podríamos calificar, entonces, a los
museos de arqueología que a veces visitamos como las genuinas antologías del
relato histórico? Creo que la respuesta podría ser afirmativa, con la condición
de que sepamos leer entre líneas, prescindir por un momento de nuestra
condición de turistas y desenfocar un poco la mirada.
Si no nos resignamos a la mediocridad
de las tallas medianas (novelas, relatos…) deberíamos preguntarnos-o mejor
dicho, me pregunto yo en mi absurdo afán de relacionar los minerales con la
literatura-a qué tipo de material geológico le confiaríamos la narración de lo
minúsculo, de lo esencial, de la miniatura que todo lo contiene ¿Cómo aplicar
el microscopio a este asunto? ¿Qué mineral podría producir el destello de una
gota de ámbar, la íntima detonación de un microrrelato? Me atrevo a proponer
como candidatos a las narices, los dedos y los penes mutilados de las estatuas.
Todos los apéndices que, al sobresalir del cuerpo, acaban cayendo por su propio
peso y se independizan del relato al que pertenecieron. Fantaseo con la idea de
que los microrrelatos de la historia se amontonan en polvorientos cajones de
los almacenes de un gran museo, como piezas desorientadas de un rompecabezas
que el tiempo desbarató. Incitan a preguntarse sobre quien fue el propietario
de ese apéndice y cómo será capaz de manejarse sin él ahora que yace tan
discretamente en esta fosa común. Incluso cuestiones más metafísicas cómo cual
es la verdadera finalidad de una nariz o qué motor impulsa el aliento vital que
la atraviesa. Relatos explosivos como pompas de jabón, nutritivos como el
néctar de una flor, livianos como colibríes pero tan resistentes como los
diamantes. Microbios de piedra que nos parasitan hasta hacerse cargo de nuestro
material genético, pequeñas píldoras que encierran un universo en miniatura.
Y puestos a rizar el rizo, si nos
vamos al otro extremo del espectro ¿qué procesos geológicos nos darían una
visión de conjunto que permitiera situar los acontecimientos en su verdadera
dimensión? ¿Qué formación rocosa poseería la ambición de una Enciclopedia?
¿Dónde podríamos encontrar el registro de todo lo ocurrido?
Aquí viene la revelación que tuve en
mi paseo con los perros.
Cada mañana, durante este glorioso
veraneo en el que vivimos aislados en una casita de montaña de acceso
disuasorio, paseamos con nuestros dos galgos por una gravera situada a unos 700
m de altitud. El primer día, al acceder al camino rocoso- mirando al suelo para
evitar desprendimientos- me topé con un fósil de caracol marino del tamaño de
un puño. Después de celebrar mi suerte, me lo puse en el bolsillo y seguí
caminando sin quitar la vista del suelo. Desde entonces ya no miro el paisaje y
mis perros no acaban de entender porque vamos tan lentos y su ama siempre
camina cabizbaja. Cuando llego a la parte más alta de la montaña me fuerzo a
mirar las magníficas vistas panorámicas, pero en la subida no puedo evitar ir
mirando constantemente hacia las piedras que rodean mis pies en una especie de
competición conmigo misma por no dejar superficie a mi alcance sin escanear. De
esta manera me he convertido en una obsesa de la recolección de fósiles. Cada
día encuentro uno, al menos. A continuación se acumulan, ordenados, en la
repisa de la chimenea. Lamelibranquios con surcos paralelos en sus valvas
calizas, porciones de coral ancianos como el mundo, abultadas almejas de piedra
cubiertas de una costra arcillosa o caparazones de erizo de mar ribeteados con
cenefas simétricas en forma de corazón ya forman parte de mi inesperada
colección. Aun no los he encontrado, pero sé que por ahí me esperan helechos
prensados como un estampado en la roca y me consta que se han encontrado
mariposas fósiles en los alrededores de este macizo que en un pasado remoto fue
un mar (¿Quien ha dicho que las piedras no se mueven? Es únicamente una
cuestión de tiempo).
Un amigo poseído desde hace tiempo por
la misma pasión desenfrenada me informó de en qué zonas podría encontrar más
fósiles y de diferentes tipos. Me dirigí a un montículo arcilloso en el que
sobresalían, como los cantos rodados en las dunas, diminutos fósiles en forma
de espiral o de almeja. Mientras los seleccionaba minuciosamente de entre las
piedras sin interés -los dos perros merodeando y husmeando a mi alrededor- me
di cuenta de que éstos animales de piedra eran los verdaderos testigos del
pasado más remoto, una Biblioteca que nos susurra a través de sus
humildísimos fósiles todos los relatos cósmicos, tectónicos, evolutivos y
ecológicos que han dado forma al paisaje que ahora nos acoge. Un papiro que nos
produce el vértigo de percibir el tiempo como agua que se escurre por entre los
dedos pero que a la vez deja regueros en la piedra.
Cuando ya me disponía a volver a casa,
impactada por la revelación sobre la gran obra de la literatura y su relación
con la geología, dispuesta a observar a mis seres vivos petrificados de la
chimenea con una nueva mirada, me pareció ver- entreverado entre la arcilla,
los cantos rodados y los diminutos fósiles- la valva de una almeja actual, un
resto de paella totalmente anacrónico y surrealista en ese lugar de montaña. La
metí en la misma bolsa que los fósiles. Ahora está en la repisa de la chimenea,
al lado de las piedras impasibles que no acaban de revelar su secreto, una
valva lustrosa e insólita como un interrogante desparejado. Un chiste malo
haciendo cosquillas a la Enciclopedia Británica , a la Biblia , a la Gran
Novela Americana.
Esta foto la tomé en una tienda de souvenirs de la Costa Jurásica de Inglaterra.
Llevaba varios días, junto a sus padres y su hermano, tratando de huir por
la línea fluctuante del frente del Ebro.
Vio cómo traían detenidos a dos
brigadistas que habían encontrado escondidos entre los almendros. Eran
corpulentos, tenían el cabello claro y los pómulos altos. Uno de ellos
arrastraba su mirada hacia la vida efímera y venenosa que se agolpaba a su
alrededor. Los llevaron hacia un barranco cercano al camino. Después se oyó un
estruendo de pólvora.
Al atardecer se escabulló con su hermano. Se asomó al último de los márgenes y pudo ver un montón de ramas ocultando algo.
Otro marzo, muchos años
después, regresó. Acompañado de dos compañeros universitarios y una pala,
volvió al lugar exacto. Entre las raíces de los almendros en flor empezaron a
asomar costillas, un fémur y un par de calaveras, que introdujeron en un petate
para transportarlos de vuelta a Barcelona. Allí limpiarían los huesos hasta
dejarlos de un blanco sucio y uniforme.
Durante los años siguientes, los
huesos recios de dos eslavos que fueron fusilados en una guerra extranjera le
enseñaron toda la anatomía que necesitaba para convertirse en el médico
respetable que pretendía ser.
Esta ha sido mi aportación de septiembre a Esta noche te cuento, sobre el tema "...tras la batalla"
Quiero celebrar que el libro ya está en las tiendas.
Y que Miquel Llobera y Maribel Gutierrez me han emocionado con el regalo de sendas grabaciones en audio de éste relato en català (tal como está en el libro "100 situacions extraordinàries a l'aula",escrito a cuatro manos con Jordi de Manuel, que sale ahora) y en castellano, con sus increíbles voces . También quería comunicar la fecha de la presentación en sociedad de la criatura, con Empar Fernández como madrina, y en la que se leerán situaciones por parte de los protagonistas que nos las contaron.
Será en la cooperativa Abaccus de Balmes,en Barcelona, el día 9 de octubre, a las 7 de la tarde. Si lees esto, date por invitad@.
Gracias otra vez a todos los protagonistas y los narradores que nos han proporcionado estas historias. Si algún adjetivo merece este libro es el de colectivo.
Els tontos
Surten de la fàbrica a la mateixa hora que acabem a l'institut. En fila de dos van cap al microbús que els espera a la plaça per tornar-los a casa.
Una processó de personatges que em tenen fascinada. Avancen desordenats, com si anessin a descarrilar, sota la supervisió dels seus monitors.
Alguns gemeguen, altres parlen sols, sovintes fan bromes indesxifrables. Una parelleta de nens envellits surten agafats de la mà, mirant-se embadalits, entremaliats. Hi ha un noi, sempre en xandall, que cada cinc passos es transforma en una estàtua de sal durant uns segons. També hi ha un altre de molt graciós, amb unes ulleres enormes, que quan passem pel seu costat fa com que ensopega i cau a terra. De seguida el recondueixen a la fila i les meves amigues i jo no sabem com reaccionar, encara que després sempre ens riem.
Pugen al microbús i des de les finestretes ens mostren sense vergonya els seus rostres cubistes, els seus caps diminuts, aquests somriures que no es tanquen, les seves síndromes amb noms impossibles de pronunciar que ens han explicat en genètica, Turner? Klinefelter? Deu ser cosa d'un cromosoma de més o de menys?
Quan arribo a casa sempre penso en ells durant una estona. En com deu ser veure el món des de les seves ments tan limitades, des d'aquests cossos atrotinats com edificis a mig fer. I no aconsegueixo arribar a cap conclusió. Mai no sé si estar trista o contenta. És estrany.
En acabar les classes, avui hem passat molt a prop de la fila. Crec que ha estat culpa meva perquè no podia deixar de mirar el noi de les ulleres enormes esperant el moment en que es llancés a terra. Quan he passat pel seu costat m'ha mirat fixament, m'ha tret la llengua i ha cridat: Tonta!
Ens hem rigut, és clar, però després a casa, mentre obria la llibreta per fer els problemes de genètica, he pensat que potser tenia raó.
Los tontos
Salen de la fábrica a la misma hora que acabamos en el instituto. En fila de a dos van hacia el microbús que espera en la plaza para devolverlos a sus casas.
Una procesión de personajes que me tienen fascinada. Avanzan desordenados, como si fueran a descarrilar, bajo la supervisión de sus monitores.
Algunos gimen, otros hablan solos, a menudo se hacen bromas indescifrables. Una parejita de niños envejecidos salen agarrados de la mano, mirándose embelesados, traviesos. Hay un chico, siempre en chándal, que cada cinco pasos se transforma en una estatua de sal durante unos segundos. También hay otro muy gracioso, con unas gafas enormes, que cuando pasamos a su lado hace como que tropieza y se cae al suelo. Enseguida lo reconducen a la fila y mis amigas y yo no sabemos cómo reaccionar, aunque luego siempre nos reímos.
Suben al microbús y desde las ventanillas nos muestran sin pudor sus rostros cubistas, sus cabezas diminutas, esas sonrisas que no se cierran, sus síndromes con nombres imposibles de pronunciar que nos han explicado en genética, ¿Turner? ¿Klinefelter? ¿Será todo cuestión de un cromosoma de más o de menos?
Cuando llego a casa siempre pienso en ellos durante un rato. En cómo debe de ser ver el mundo desde sus mentes tan limitadas, desde esos cuerpos destartalados como edificios a medio hacer. Y no consigo llegar a ninguna conclusión. Nunca sé si estar triste o contenta. Es raro.
Al acabar las clases, hoy hemos pasado muy cerca de la fila. Creo que ha sido culpa mía porque no podía dejar de mirar al gafotas esperando el momento en que se lanzara al suelo. Cuando he pasado por su lado me ha mirado fijamente, me ha sacado la lengua y ha gritado: ¡Tonta!
Nos hemos reído, claro, pero luego en casa, mientras abría la libreta para hacer los problemas de genética, he pensado que lo mismo tenía razón.
"Si te salvas por los pelos, quedas traumatizado. Si te salvas holgadamente, piensas que eres invencible" Malcolm Gladwell
Una
madre abraza emocionada a su hija que ha sido rescatada del mar por un surfista
casual tras horas de angustia viendo cómo se la llevaba la corriente hacia el
fondo.Los turistas salen exultantes de un hotel de Hong Kong después de pasar
una larga cuarentena incomunicados en sus habitaciones debido a la epidemia de
gripe aviar.Una adolescente disfruta de la agradable sensación de pasear sin
muletas un mes después de sufrir un esguince en el pie. El sabor de los
alimentos explota como una nube de fuegos artificiales en la boca de un hombre que ha permanecido hospitalizado
una larga temporada alimentándose del suero que le entraba por la vía que le
mantenía atado a su cama.
Sobrevivir
a un accidente de coche, encontrar a tu perro desaparecido, recoger los
resultados de un análisis de seguimiento de un antiguo cáncer y comprobar que
se te regala más tiempo…
Si
observamos de cerca éstas alegrías-que es una sola alegría, la alegría de
sentirse vivo, de haber escapado de las zarpas de lo irreversible, de haber
burlado a la muerte un rato más- podremos ver sonrisas francas, rostros
luminosos, lágrimas de agradecimiento, respiraciones profundas, una ola de
energía que invade todo y recorre la sangre abriendo ventanas.
Es
un tipo de alegría de una textura especial, nítida y gratuita como un don. Nada
que ver con el merecido orgullo que sobreviene después de un esfuerzo, ni con la
satisfacción por el deber cumplido. Es la gracia divina, la sabia bruta que
fluye como un torrente por los conductos y lo ilumina todo. Rotunda, oxigenada
y dulce.
Probablemente
no podríamos soportar esta intensidad emocional si tuviéramos que sentirnos así
cada vez que volviéramos de la playa o cada vez que saliéramos de un hotel. Si
en cada paseo, comida o viaje hubiéramos
de experimentar la misma alegría que vivimos en los momentos posteriores a
haber rozado un peligro real, nuestra existencia se convertiría en una continua
sorpresa agradecida ante el milagro, en la constatación de lo resistente que se
muestra la vida a pesar de lo vulnerable que la sabemos.
Puedo
comprender la dificultad que supondría mantenerse en ese estado de ánimo
constantemente, vivir sin coraza, estremecidos, deslumbrados…pero no me resisto
a preguntarme ¿Por qué , al volver a la normalidad tras una situación límite,
nos ataca esta grave amnesia que permite que enseguida volvamos a dar todo por
supuesto, a sentir un tedio gris ante situaciones cotidianas como despertar a
un niño y ver que sus ojos se abren lentamente o comprobar que nuestros órganos
internos siguen funcionando y permanecen silenciosos, cuando en realidad
estamos asistiendo a un prodigio o
cuanto menos a un hecho extraordinario?
Una de las estrategias mas tremendas de las guerras son los asedios, una forma muy perversa de ensañarse con los más débiles. Este microrrelato es mi contribución a la iniciativa del blog La bona confitura "Microrrelats del setge" Abajo está la traducción para los que lean el blog desde fuera de Catalunya.
Fossar sota les
moreres
Una multitud ocupa
la plaça. Em refugio en una cantonada, atentaals
seus moviments. Una segona multitud se superposa a la primera. L'escena es
dibuixa davant els meus ulls en colors sèpia, tenyits amb esquitxos de sang
molt vermella. Els protagonistes desesperen, s'enardeixen, resisteixen... i en
un brogit de pólvora i vísceres entren a la història sense saber-ho. Els
turistes comencen a entendre què va passar. Jo segueixo, amb prou feines,
l'argument. De sobte la segona multitud s'esvaeix en la boca de la guia, que
convida el grup a acompanyar-la fins al següent punt de l'itinerari.
Els
nord-americans que visiten els llocs històrics de Barcelona es desplacen amb
les seves sandàlies i mitjons sobre enderrocs i difunts ubicats en l'estrat inferior,
sota les moreres. Tot torna a la normalitat d'un passeig dominical pel Born. Fins
que veig un nen que mendica la meva atenció, uninfant
amb la roba esparracada, brut, descalç, que du a la mirada tota la tristesa del
món i a la camisola blanca unes enormes llànties vermelles.
Fosal bajo las moreras
Una
multitud ocupa la plaza. Me refugio en una esquina, atenta a sus movimientos. Una
segunda multitud se superpone a la primera. La escena se dibuja ante mis ojos
en colores sepia teñida con salpicaduras de sangre muy roja. Los protagonistas
desesperan, se enardecen, resisten… y en un rugido de pólvora y vísceras entran
en la historia sin saberlo. Los turistas empiezan a entender lo que ocurrió. Yo
sigo el argumento con bastante dificultad. De repente la segunda multitud se desvanece
en la boca de la guía, que invita al grupo a acompañarle hacia el siguiente punto del itinerario.
Los
norteamericanos que visitan los lugares históricos de Barcelona se desplazan con
sus sandalias y calcetines sobre derrubios y muertos ubicados en el estrato
inferior, bajo las moreras. Todo vuelve a la normalidad de un paseo dominical
por el barrio del Born. Hasta que veo a ese crío que mendiga mi atención, un
niño con harapos, sucio, descalzo, que lleva en su mirada toda la tristeza del
mundo, y en su camisola blanca unos enormes lamparones rojos.
Las tres fotografías, obtenidas de la web, son de El fossar de les moreres, una plaza muy cercana a Santa María del Mar, en Barcelona.
“Llovía
cuando llegamos a la estación de Nantes” era la frase con la que, un día antes
de iniciar el viaje, tenía previsto empezar esta crónica. Afortunadamente los
partes meteorológicos fallan, también los de Francia. Después de haber gozado durante
toda la semana de un sol que amenazaba permanentemente tormentas que nunca
llegaron, no tengo más remedio que cambiar la introducción. Empezaré, pues, por
el asunto de los fantasmas, igual de melancólico aunque menos realista.
Mi
teoría es la siguiente: viajar consiste, lo sepamos o no, en salir a la caza de
fantasmas. Pocas cosas estremecen tanto como leer en una placa de bronce: “Aquí
vivió…” y a continuación el nombre de uno de nuestros personajes históricos
favoritos. De la misma forma, impresiona pensar en todos esos seres anónimos
que- en épocas tan difíciles de imaginar como la Edad Media- vivieron con toda
naturalidad sobre el suelo que ahora nosotros pisamos por primera vez. Por no
mencionar el escalofrío en el espinazo que se siente al reconocer el escenario
que habitó alguno de “nuestros” personajes de ficción.
Se
trata de poner la suficiente atención, de emitir ondas cerebrales generadoras
de “empatía histórica”. Una sutil vibración, que sólo nosotros podremos notar,
nos avisará de que estamos preparados. Y entonces, solo entonces, podremos
entrar en un discreto trance espaciotemporal
que nos permitirá percibir esas presencias, penetrar en otro estrato de tiempo.
Voy diciéndome a mí misma todo esto mientras me
acerco al primer alineamiento de menhires que visitamos en Carnac, en la
Bretaña francesa. Me siento como si jamás hubiera viajado tan lejos. Conectar con
los fantasmas del Neolítico requiere un esfuerzo extra, así que cierro los ojos
y me transporto a una época remota e incierta, evocadora de misteriosos
rituales astronómicos y complejísimas ceremonias funerarias de esa humanidad tan
ruda y tan espiritual al mismo tiempo. Parece ser que nadie conoce el propósito
original de estos bloques de granito que, sembrados a lo largo de nueve
kilómetros de terreno, apuntan al cielo. El único que supo atribuirles una
función práctica conocida fue, muchos siglos y ficciones después, Obelix (para desgracia de romanos y
jabalíes).
Abro los
ojos de nuevo y veo un horizonte interminable de menhires alineados. En plano
corto, turgentes hortensias de colores imposibles explotan por todas las
esquinas del paisaje. Enfoco y desenfoco mientras escucho por los auriculares
las más estrambóticas leyendas para explicar el origen, el transporte y la
función de semejantes monolitos. Me siento insignificante como una brisa pero
también telúrica, turista y bruja a la vez, por un momento conectada a la
armonía insondable del universo. Al bajar del autocar que recorre los lugares
turísticos del Menhir regreso a mi ser y me compro una Coca Cola para
solucionar el ligero vértigo existencial que acabo de padecer.
Seguramente la
Coca Cola ha sido insuficiente como antídoto porque a la hora de comer en una
crepería de Carnac Ville imagino a la
fornida bretona que nos sirve la comida disfrazada con el vestido tradicional
de esa zona, como recién salida de un cuadro de Gauguin.
Más tarde, paseando
por el pueblo me parece reconocer al mismísimo Assuranceturix el bardoen uno de
los lugareños. Nadie más se percata. Se lo digo a mi marido y me mira raro. Así
que cuando, dos días más tarde, me encuentre con Asterix merodeando por la estación de ferrocarriles de Nantes me
cuidaré muy mucho de comentarlo. Una nunca espera que sean tan duraderos los
efectos de la poción mágica ¿O será la chispa de la vida? ¿O más bien esa
actitud lúdica que conlleva el viajar sin
más motivo que el placer del
propio viaje? A Obelix, he de admitirlo, no me lo he cruzado en todo este tiempo.
Otros ilustres ectoplasmas
que esperaba encontrarme en el Interrail de seis días por el norte de Francia: Julio
Verne (en Nantes), Houdin (en Blois), los personajes de Hergé (en el castillo
de Cheverny ) y Leonardo da Vinci ( en Amboise). A algunos
de ellos los disfruté con el entusiasmo
de una presidenta de club de fans. Otros me esquivaron con excusas vanas como
la falta de tiempo (desgraciadamente no pude visualizar a la Castafiore haciendo gorgoritos en la
escalera del castillo), pero a cambio me topé con otros inesperados y generosos:
un monje benedictino agonizando en la abadía del Mont Saint Michelle y un peregrino acompañado de su perro. He de
confesar que al abrirse la veda aprovecharon para aparecérseme algunos de mis
propios fantasmas, viejos compañeros que no desperdician la ocasión para seguir
taladrándome con sus temas recurrentes: la familia, los vagabundos y el misterioso
funcionamiento de la mente. Estaban escondidos entre las páginas de los libros
que leí mientras viajaba en los trenes.
Viajar en
ferrocarril tiene numerosas ventajas y encantos. En los países por encima de
los pirineos los trenes regionales son confortables, silenciosos y puntuales,
tres características muy de agradecer. Además, las estaciones francesas de
tamaño grande tienen un piano clavado en el suelo para que la gente toque a su
antojo, con un lema muy acorde con el espíritu del viaje: POUR VOUS DE JOUER!
Si algo me fascina es contemplar a una persona tocando el piano con soltura o
dibujando una escena a mano alzada.
La fórmula del Interrail da una refrescante sensación
de libertad y de aventura controlada. Además de avanzar en el mapa y contemplar
paisajes pintorescos queda mucho tiempo para leer. Los tres libros que he leído
han sido elegidos por el azar y por mis fantasmas para acompañarme. Desde
varios párrafos saltaron a la yugular los espectros interiores, que llegaban
como un eco de mis pensamientos.
De vez en cuando, como
una marea que subía súbitamente y anegaba el instante, me acordaba de las
coordenadas y los proyectos de mis hijos.
Soy
una madre normal, es decir que de noche tengo unos miedos horribles. Y también
de día. Basta con que Sophie y Marie se comporten como las chicas normales y
vivarachas que son , basta que se comporten como si confiasen en el mundo ,
como si fuera a ser bueno con ellas, y con que salgan de casa con ese optimismo
pintado en la cara…para que se me encoja el estómago de miedo ( Amor, etcétera , Julian Barnes)
El idílico viaje
por el norte de Francia estuvo jalonado por la visión de mendigos: jóvenes o
viejos, con sus perros o en solitario, hablando solos o en grupo…en todas las
ciudades aparecían para recordarme algo que no me gustaba, que no podía
descifrar más que como un error que preferiría permaneciera escondido. Peor aún,
como un error propio, algo que inexplicablemente me hacía sentir culpable.
Humedad
+ frío= desesperación. Desesperación + hambre=no hay dios. No hay dios +alcohol=
autodestrucción
( King , John Berger) Hay un libro de Oliver Sacks
que re-visito cada tanto, esta vez en mi flamante e-book.
Las
pautas personales, las pautas de lo individual, habrían de tener la forma de
partituras o guiones. (El hombre que confundía a su mujer con un sombrero, Oliver Sacks)
Como no sé tocar
el piano y soy incapaz de dibujar el boceto de una escena al natural, escribo mis impresiones para intentar dibujar
la partitura de esta visita a los irreductibles fantasmas galos.
Subo esta crónica, en vísperas de regresar al trabajo, como broche final de las vacaciones de verano.
Fue publicada en La nave de los locos , el blog de Fernando Valls, el 16 de agosto.Gracias otra vez.