En Abril de mil cuatrocientos setenta y
cinco, pocos días después de que muriera de tuberculosis Simonetta Cattanei, la que fuera amante de Giuliano
de Medici, modelo ubicua de Botticelli e icono de belleza para todos los
florentinos, moría asesinado Giuliano en la misa solemne de Pascua.
Fue en el momento de la consagración. El
cardenal arzobispo de Florencia elevó la hostia y los enemigos de la familia Medici no
dudaron en asestar un tajo profundo en el cuello que parecía ofrecerles el
joven Giuliano, arrodillado devotamente en su reclinatorio.
Era el mes de Abril. Con la muerte de
Simonetta y de Giuliano se marchitó prematuramente la primavera del
Renacimiento, y llegaron tiempos definitivamente más sombríos para Florencia.
Será en Abril de este año de mil
novecientos setenta que ahora estrenamos.
El aire de Florencia estará preñado de
una luz especial, que se nos revelará
aun más diáfana al salir del oscuro interior del Duomo.
Allí, en el interior de la catedral,
conseguiré transportarme en el tiempo y revivir la trama de la conspiración de
los Pacci contra Giuliano que ahora estoy leyendo en diferentes libros.
Oiré el clamor de una multitud desconcertada
ante la interrupción repentina de la eucaristía debido a unos movimientos
bruscos en el coro, y veré a Lorenzo de Medici saltando sobre la barandilla del
presbiterio y refugiándose en la sacristía, y a la gente gritando, y a los
conspiradores huyendo…Y a Giuliano tendido en el suelo como un muñeco
descosido. Y el olor a incienso y la luz tamizada de la iglesia será la de
entonces, no la del próximo Abril .
Fantasear sobre otras épocas a partir de
los restos que quedan en el presente, es uno de los mayores placeres de los que
se pueda gozar, aunque probablemente no esté catalogado y no todo el mundo lo
conozca. Estoy seguro de que todos los datos que ahora estoy asimilando fluirán
entonces ordenadamente, cada uno enmarcado en el edificio o en el cuadro
preciso.
Al salir de la iglesia Laura irá de
mi mano. Dicen que somos una pareja que llama la atención, pero el viaje de
novios a Florencia nos hará aun más vistosos, y espero que más sabios y más
serenos. Estaremos iluminados por esa excesiva belleza que, dicen, tiene la
ciudad. Yo le explicaré a Laura lo del “síndrome de
Stendhal”, y ella sonreirá, contribuyendo así a que se cumpla en mí el
emborrachamiento de los sentidos que describió el escritor. Y puestos a llevar al extremo lo de morir
de belleza, al bajar las escaleras desde
el Duomo a la plaza recibiré una bala extraviada en un fuego cruzado entre
mafiosos.
Laura se arrodillará a mi lado, me
hablará, me dirá que no me vaya. Yo la oiré lejana. Haré un enorme esfuerzo
para intentar incorporarme, pero no lo conseguiré.
Y la catedral verde se confundirá con los árboles de mi ciudad, y también con las fotos de los edificios aun no visitados. Intentaré mover los labios. Figuras desdibujadas se inclinarán alrededor. Y hablarán cosas que no comprenderé, y me entretendré, como si tuviera todo el tiempo, imaginando que hablan en un lenguaje secreto que he de descifrar. Y entre las siluetas de los turistas y de la policía, asomarán insistentes, en un segundo plano, otros perfiles conocidos pero antiguos: mis compañeros del colegio y mi madre contándome cuentos, la fuente del parque y mi primera novia, mi abuelo oliendo a tabaco de pipa y el periquito azul. Y les diré a todos que me voy .Y me iré.
Y la catedral verde se confundirá con los árboles de mi ciudad, y también con las fotos de los edificios aun no visitados. Intentaré mover los labios. Figuras desdibujadas se inclinarán alrededor. Y hablarán cosas que no comprenderé, y me entretendré, como si tuviera todo el tiempo, imaginando que hablan en un lenguaje secreto que he de descifrar. Y entre las siluetas de los turistas y de la policía, asomarán insistentes, en un segundo plano, otros perfiles conocidos pero antiguos: mis compañeros del colegio y mi madre contándome cuentos, la fuente del parque y mi primera novia, mi abuelo oliendo a tabaco de pipa y el periquito azul. Y les diré a todos que me voy .Y me iré.
Dejaré
un bello cadáver, como Giuliano.
Laura
será Simonetta.
Esta vez sobrevivirá a la tuberculosis y se
convertirá en una viuda admirada . Luego se volverá a casar, pero siempre me
recordará. Ella envejecerá, yo siempre seré joven. Nadie habrá conocido mis
defectos, ni mis arrugas, ni mis manías
de viejo, y cuando Laura tenga crisis en sus futuros matrimonios, siempre
pensará que conmigo habría ido bien.
Éramos tán bellos...
Hoy he conseguido volverlo a sentir con
toda exactitud. En este Abril en el que se cumplen treinta y cinco años de mi
boda con Laura, la visión de la catedral de Florencia en un libro de historia
de mi nieto me ha devuelto intacta la sensación de euforia que tenía mientras
preparaba nuestro viaje de novios.
Cómo mi imaginación bullía enfebrecida
buscando información, recopilando datos y anécdotas, imaginando paisajes,
tejiendo imágenes reales de la ciudad con proyecciones imaginarias de lo que
iba a pasar en ella. Incluso imaginé que no me importaría morir en medio de
tanta belleza, qué cosas.
Recuerdo la emoción de Laura al ver por
primera vez el exterior de la catedral, esa geografía de motivos geométricos
que se repiten infinitamente, dando sin
embargo, sensación de unidad. Su boca entreabierta al escuchar la historia de
Giuliano y Simonetta, de su destino cruel como el mes de Abril.