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viernes, 31 de enero de 2014

Abril


En Abril de mil cuatrocientos setenta y cinco, pocos días después de que muriera de tuberculosis  Simonetta Cattanei, la que fuera amante de Giuliano de Medici, modelo ubicua de Botticelli e icono de belleza para todos los florentinos, moría asesinado Giuliano en la misa solemne de Pascua.
 Fue en el momento de la consagración. El cardenal arzobispo de Florencia elevó la hostia y los enemigos de la familia Medici no dudaron en asestar un tajo profundo en el cuello que parecía ofrecerles el joven Giuliano, arrodillado devotamente en su reclinatorio.
Era el mes de Abril. Con la muerte de Simonetta y de Giuliano se marchitó prematuramente la primavera del Renacimiento, y llegaron tiempos definitivamente más sombríos para Florencia.




Será en Abril de este año de mil novecientos setenta que ahora estrenamos.
El aire de Florencia estará preñado de una luz especial, que se  nos revelará aun más diáfana al salir del oscuro interior del Duomo.
 Allí, en el interior de la catedral, conseguiré transportarme en el tiempo y revivir la trama de la conspiración de los Pacci contra Giuliano que ahora estoy leyendo en diferentes libros.
 Oiré el clamor de una multitud desconcertada ante la interrupción repentina de la eucaristía debido a unos movimientos bruscos en el coro, y veré a Lorenzo de Medici saltando sobre la barandilla del presbiterio y refugiándose en la sacristía, y a la gente gritando, y a los conspiradores huyendo…Y a Giuliano tendido en el suelo como un muñeco descosido. Y el olor a incienso y la luz tamizada de la iglesia será la de entonces, no la del próximo Abril .
Fantasear sobre otras épocas a partir de los restos que quedan en el presente, es uno de los mayores placeres de los que se pueda gozar, aunque probablemente no esté catalogado y no todo el mundo lo conozca. Estoy seguro de que todos los datos que ahora estoy asimilando fluirán entonces ordenadamente, cada uno enmarcado en el edificio o en el cuadro preciso.
Al salir de la iglesia Laura irá de mi mano. Dicen que somos una pareja que llama la atención, pero el viaje de novios a Florencia nos hará aun más vistosos, y espero que más sabios y más serenos. Estaremos iluminados por esa excesiva belleza que, dicen, tiene la ciudad. Yo le explicaré a Laura lo del “síndrome de Stendhal”, y ella sonreirá, contribuyendo así a que se cumpla en mí el emborrachamiento de los sentidos que describió el escritor. Y puestos a llevar al extremo lo de morir de belleza,  al bajar las escaleras desde el Duomo a la plaza recibiré una bala extraviada en un fuego cruzado entre mafiosos.
Laura se arrodillará a mi lado, me hablará, me dirá que no me vaya. Yo la oiré lejana. Haré un enorme esfuerzo para intentar incorporarme, pero no lo conseguiré.
       Y la catedral verde se confundirá con los árboles de mi ciudad, y también con las fotos de los edificios aun no visitados. Intentaré mover los labios. Figuras desdibujadas se inclinarán alrededor. Y hablarán cosas que no comprenderé, y me entretendré, como si tuviera todo el tiempo, imaginando que hablan en un lenguaje secreto que he de descifrar. Y entre las siluetas de los turistas y de la policía, asomarán insistentes, en un segundo plano, otros perfiles conocidos pero antiguos: mis compañeros del colegio y  mi madre contándome cuentos, la fuente del parque y mi primera novia, mi abuelo oliendo a tabaco de pipa y el periquito azul. Y les diré a todos que me voy .Y me iré.
 Dejaré un bello cadáver, como Giuliano.
 Laura será Simonetta.
 Esta vez sobrevivirá a la tuberculosis y se convertirá en una viuda admirada . Luego se volverá a casar, pero siempre me recordará. Ella envejecerá, yo siempre seré joven. Nadie habrá conocido mis defectos, ni  mis arrugas, ni mis manías de viejo, y cuando Laura tenga crisis en sus futuros matrimonios, siempre pensará que conmigo habría ido bien.
 Éramos tán bellos...





Hoy he conseguido volverlo a sentir con toda exactitud. En este Abril en el que se cumplen treinta y cinco años de mi boda con Laura, la visión de la catedral de Florencia en un libro de historia de mi nieto me ha devuelto intacta la sensación de euforia que tenía mientras preparaba nuestro viaje de novios.
Cómo mi imaginación bullía enfebrecida buscando información, recopilando datos y anécdotas, imaginando paisajes, tejiendo imágenes reales de la ciudad con proyecciones imaginarias de lo que iba a pasar en ella. Incluso imaginé que no me importaría morir en medio de tanta belleza, qué cosas.
Recuerdo la emoción de Laura al ver por primera vez el exterior de la catedral, esa geografía de motivos geométricos que se repiten infinitamente, dando  sin embargo, sensación de unidad. Su boca entreabierta al escuchar la historia de Giuliano y Simonetta, de su destino cruel como el mes de Abril.

 Y su sonrisa al salir de la catedral, sonrisa que mantuvo hasta un instante antes de que le sorprendiera el súbito ataque de corazón que la dejó tan pálida y tan hermosa  para siempre en mi recuerdo.



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