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domingo, 24 de agosto de 2014

Cambio de sentido

Ilustración de Richard Estes 
        
Se me acerca convencido de que lo voy a escuchar. Me pilla con la guardia baja, y lo consigue. Es joven y lleva chándal. Aparenta un nerviosismo como de vodevil. Observo una pequeña mancha de aceite en su camiseta mientras le oigo explicarme  lo apurado que está. Nunca le había pasado, se ha quedado colgado y nadie le puede venir a buscar. No me puedo imaginar la vergüenza que le da tener que pedir dinero para un billete sencillo.
-Te acompaño- le digo, mientras sigo mi camino hacia la boca del metro-. Así te compro el billete.
Continúo bajando el último tramo de  Paseo de Gracia, y al llegar a Plaza Catalunya me dice que no, que él tiene que ir en autobús. Lo miro de reojo un instante. La brillantina de su pelo produce un destello metálico que me recuerda al ala de una mosca. Como la que se aloja desde hace un rato tras mi oreja.
-Pues te acompaño al autobús, no te preocupes, no tengo prisa-le digo, cambiando el sentido de mi marcha.
Tres pasos más.
Me dice: Es mentira. Lo quería para comer. Para comprarme un bocadillo.
Le digo: ¿Ah, sí? ¿Es mentira? Pues aquí te quedas.
Me doy la vuelta con gesto ralentizado y digno. Empiezo a caminar en dirección al metro. Noto  un cambio en la calidad del aire, como si algo se hubiera espesado a mis espaldas, un resorte encajando en su mecanismo. Apunta a mi cabeza. Dispara una ráfaga con los más floridos insultos, que me alcanzan de lleno justo antes de entrar en la boca del metro.

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