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miércoles, 6 de mayo de 2015

Familias sin fronteras






 El papá gordo, la mamá flaquita. Ambos cuarentones. Pasean por el aeropuerto de Orlando con dos niños rubicundos y ostensiblemente miopes. Los cuatro mascan chicle y visten de uniforme: pantalón corto de color rojo, sandalias con calcetines blancos, camisa floreada y gorra de Goofy con orejotas negras colgando sobre sus propias orejas. Se exhiben indolentes, ajenos al efecto que producen.
Los observo sentada en la sala de embarque mientras simulo hojear una revista. Ellos nos miran de reojo. Familias del mundo reconociéndose por encima de razas y estilos. Mirándose ligeramente  por encima de sus orejas,  aupados mucho más allá de sus ombligos.
Durante un instante, mis dos hijos  —morenos, con sus polos blancos y sus discretos pantalones beige— desearían pertenecer al club Disney, y los pequeños Goofys americanos querrían, en un descuido, huir de sus padres de ficción.
El desfile de canes se dirige a una puerta de embarque distante, produciéndome un enorme alivio y el inexplicable deseo de encontrarme acurrucada en el sofá de mi casa.
Ya sentados en el avión, mi marido y yo filosofamos sobre lo azaroso del destino de las personas dependiendo del lugar de nacimiento. A continuación, vuelvo la cabeza hacia el asiento de atrás para sonreír a mis nenes. Tengo que parpadear con fuerza porque me ha parecido ver dos hocicos de perro sobre sus correspondientes cabezas rubias y miopes, volando de regreso a Barcelona.



2 comentarios:

  1. No sé qué tiene de real este microrrelato, pero lo cierto es que cuando uno viaja a USA, lo que desde Europa o, concretamente, España, nos parece ridículo, allí cobra sentido y no es ridículo en absoluto porque tiene un atmósfera envolvente de relajación en el trato y en la estética. En Europa tendemos a ser exquisitos y despreciar lo hortera yanqui, pero desde allí ni nos ven. Cuando ven Europa en el mapa, si la ven, encuentran un hermoso parque temático lleno de castillos y torres. Poco más. Y no me extraña. Esa estética de la familia vestida igual con los goofys puede tener su gracia. Desde luego allí nadie la considera hortera. Es un concepto que no tienen.

    Un saludo.

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    1. Pues lo único que tiene de real este relato es la susodicha familia. La vi, y no eran los únicos en llevar orejas de Goofy, en ese aeropuerto, La tranquilidad con la que lucían sus atuendos me dejó pasmada. No sé si es generalizable lo del poco sentido del ridículo que tienen (comparado con nuestro terror al qué dirán, por otra parte) , pero si que es cierto lo que insinúas: a veces viajar te sirve para conocer otras cosas...y reafirmarte en lo tuyo. Esto solo lo vemos como un error cuando lo hacen los demás. Supongo que lo mismo les pasará a ellos cuando vienen aquí: cuanto mejor un rancho en la América profunda que una catedral gótica, dónde va a parar -me imagino que dirán. No voy a ser mala, que tengo familia allí y muchos visitantes del blog. Solo relativista, e irónica. Un poquito.Gracias por comentar, Joselu.

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