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jueves, 9 de marzo de 2017

El caparazón de los escarabajos

Encabezamiento diseñado por la revista Tales literary, donde se publicó la crónica


Mendips 


Al terminar la visita, justo antes de salir definitivamente de la casa, la guía nos invita a cantar In my life en el vestíbulo de Mendips, la casa donde vivió su infancia y adolescencia John Lennon. Con el recuerdo todavía fresco de la calle Penny Lane  -que acabamos de ver viniendo en el autocar del tour- y los campos de fresas situados tras la  casa que dieron nombre a la canción Strawberry fields forever, prolongamos la inaudita sensación de localizar en un espacio físico concreto las canciones de los Beatles. Cantamos, con algo de emoción y bastante de desafino, sobre los lugares que siempre recordarían y amarían Lennon y McCartney, apretujadas junto  a unos desconocidos en el diminuto hall con baldosas de tablero de ajedrez. El único lugar que Mimi cedía al larguirucho de su sobrino para que ensayara con Paul, ese amigo suyo tan bien educado que tocaba la guitarra con la mano izquierda.


Vestíbulo de Mendips

La guía, Myriam, es una mujer madura, una lady encantadora y entusiasta. Aproximadamente a la mitad de la visita nos confiesa que ella solía frecuentar esa casa cuando era una niña. Junto a sus amigas, llamaban a la puerta y espiaban por la ventana. Formaban parte de ese ejército de fans de los Beatles que tan nerviosa ponía a la tía Mimi. Nunca los vio actuar juntos porque era demasiado pequeña para ir a un concierto (su hermana mayor, en cambio, sí lo hizo), pero más adelante vio a Ringo y a Paul en solitario, nos cuenta con los ojos brillantes. Quién le iba a decir a ella que un día sería la encargada de enseñar, a los turistas que quisieran conocer el entorno doméstico de su adorado John, la casa que Yoko Ono compró y donó a la National Trust. Una casa unifamiliar coqueta y elegante, decorada con detalles de  buen gusto, en la que se percibe la mano y la dedicación de una concienzuda ama de casa. Cuando Myriam nos enseña la bicicleta apoyada en la pared del patio, las vidrieras de estilo art nouveau, las tacitas de porcelana de la salita, los posters de pin ups de la habitación de John, las fotos de cuando era niño ( so cute!) … lo hace con tanto cariño que una piensa que podría tratarse perfectamente de su prima hermana, o su primera novia. Impresiona recorrer los espacios donde se gestó la personalidad de un individuo tan creativo, sobre todo porque se trata de un entorno estructurado y planificado hasta el último detalle. Y es que la casa emana una contundente atmósfera de calma y orden, de solidez y disciplina. Todavía se puede respirar la rectitud y las buenas maneras que la tía Mimi trató de inculcar al sobrino que crió como a un hijo y al que sobrevivió once años. Quizás el tío George, que ejercía de “poli bueno”, fue el contrapunto necesario para que germinase el talento del chico más indómito del barrio. 
El puzle se va armando con pequeños apuntes sobre su biografía, que Myriam dosifica a medida que recorremos las estancias: la temprana separación de sus padres, la decisión de que viviera con el matrimonio de sus tíos, la muerte súbita de su tío George y el atropello mortal que sufrió Julia, la madre de John, frente a Mendips tras una visita para tomar el té con su hermana cuando John tenía dieciocho años.
Los libros leídos, el reportaje sobre Cynthia, el disco blanco al completo, los acordes a la guitarra de Norwegian wood... y el resto de mi adolescencia desfilan por mi mente, atropellándose, mientras Beatriz deja una dedicatoria en el libro de visitas. Cantamos In my life con el fervor con el que se entona un himno, y a continuación nos subimos al minibús para dirigirnos -atravesando calles pespunteadas por árboles que estallan en flores- a la casa de Paul McCartney.

El patio trasero de la casa de la tía Mimi



20 Forthlin Road


La construcción de suburbios es el gran invento urbanístico que sirvió para reconstruir las principales ciudades inglesas asoladas por el Blitz. Con sus pequeños jardines y sus baños en el interior, las casas propician un confort y una sensación de hogar muy apetecible tras vivir el espanto de los bombardeos y la postguerra. Todas las familias, a finales de los años 40, quieren una casa en los suburbios. También los padres de Paul. Todas son muy parecidas, clones intercambiables, bloques que se repiten con la monotonía de los uniformes. La de Paul McCartney nos puede parecer especial, pero como dice G.K. Chesterson: “Todas y cada una de esas casas son el centro del mundo. No hay una sola de esos millones de casas que no haya parecido alguna vez a alguna persona el centro de todas las cosas y la meta del viaje”. 


Fachada de la casa de Paul 

Esta vez la guía se llama Sylvia, y en un concurso de encanto natural conseguiría empatar con Myriam, la que nos enseñó la casa del otro Beatle. Se nota que han superado el mismo tipo de selección. Sobresaliente en elocuencia y calidez. Sus palabras nos hacen ver a Paul trajinando por la casa, ensayando con John en el comedor mientras su padre trabaja, sesteando en su habitación…pero también descubrimos a su hermano menor. Mike, el fotógrafo, al que Paul cede la habitación más grande para que pueda trabajar con sus negativos. Y es precisamente a través de las fotografías de un Mike adolescente (y de la colaboración posterior de ambos hermanos) como se ha podido reproducir el ambiente de cada una de las habitaciones. Algunas fotografías en blanco y negro están colgadas en los espacios donde se hicieron, creando un fascinante juego de espejos. En ellas se puede observar cómo eran los papeles que cubrían las paredes de la salita (una pared de cada estilo), la cocina, la alfombra, el piano y varios rincones que asoman tras las instantáneas hechas a su hermano en esta misma casa. Sylvia nos enseña, con indisimulado orgullo de guía vocacional, el teléfono que le fue facilitado a Mary -la madre de Paul- por el hecho de ser comadrona. Mary solamente pudo disfrutar de la casa durante un año tras la mudanza. Murió de un cáncer de pecho cuando Paul tenía catorce años. Otra orfandad temprana. Me percato de que esta crónica se me está llenando de cadáveres prematuros. Aunque la adolescencia es la edad de la inmortalidad, los dos Beatles más carismáticos han recibido ya el zarpazo de una pérdida terrible cuando comienzan a componer las canciones más efervescentes de su época. De alguna premonitoria manera sabían que la frontera entre la vida y la muerte es tan frágil como la membrana de una burbuja de jabón. Lo mismo que la locura de los que se otorgan el poder de romperla.






Al día siguiente conoceremos The cavern, el local situado en el centro de la ciudad en el que tocaban los Beatles en su primera época. Allí se hacen presentes los otros dos componentes de la banda: Ringo Starr y George Harrison (mi favorito). También aparece Brian Epstein, su mánager, y otros miembros que pasaron por el grupo sin cuajar. Además de otros muchos grupos que nos miran desde las fotografías llenas de dedicatorias. Bandas de chicos de barrio,  parecidos a ellos, que vivieron en los suburbios o cerca del muelle, que irían a un instituto cercano y que vivían vidas con la misma mezcla de maravilla y drama que las suyas. Como ocurre en el interior de todas las casas. Vidas minúsculas pero a la vez grandiosas. Pero solo ellos cuatro fueron los Beatles. Solo ellos vivieron mil vidas en una, solo ellos produjeron una implosión de creatividad semejante al nacimiento de un universo. Lennon and McCartney, además de firmar juntos las canciones y de sus cacareadas diferencias, han tenido la deferencia unánime de mostrarnos el escenario de sus vidas embrionarias, el interior de sus casas, esas “envolturas en forma de caparazón que nuestras almas han excretado para alojarse, para fabricarse a sí mismas una figura diferente de las otras” según la bella metáfora que dibuja Virginia Woolf  en Street Haunting.





                    “Las casas son cosas realmente extrañas. Carecen de características definitorias universales: pueden tener cualquier forma, incorporar virtualmente cualquier tipo de material, ser casi de cualquier tamaño…Pero aún así, dondequiera que vayamos sabemos que son casas y reconocemos la vida hogareña en el momento que las vemos”  Bill Bryson  En casa














Hace ahora un año tuve la suerte de que la revista de relatos Tales Literary ( que recomiendo desde aquí) publicara, en su sección "¿ Viajas?" esta crónica que escribí al volver de un viaje a  Liverpool acompañada de Beatriz Alonso. Ojalá os guste a los que la leáis ahora. 



                       

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