En
algún lugar he leído que la diferencia entre un depredador y una presa consiste
en que el depredador se puede permitir un fallo. Lo malo es que no sé qué
turbio presentimiento vincula esta frase con lo que tengo que contar.
Pronto
terminan las clases y no sé si voy a tener tiempo de aclarar el asunto que me
ronda por la cabeza.
Trabajo
con adolescentes. Me encantan. Me mantienen ágil. Es como si absorbiese su sensualidad, su indolencia y su fuerza.
Muchos de ellos serán de mayores oficinistas o tenderos, pero ahora todavía
tienen ese algo indómito que yo necesito para vivir.
Les
imparto la asignatura de biología. Les suele gustar, sobre todo la genética.
También doy una asignatura opcional sobre reproducción y sexualidad, que
algunos en sus dossiers titulan “Sexología”. Todos se quieren apuntar. No sé
qué deben esperar, pero no tardan en darse cuenta de que en realidad trabajo a
partir de sus opiniones y experiencias, aportándoles conocimientos teóricos a
medida que los demandan. O eso quiero creer.
Los
adolescentes no son tan terribles como los pintan. No son más que un embrión de
los adultos que serán, expresándose sin nada que perder. Disfrazados casi
siempre de algo distinto a su naturaleza. Según mi teoría los más indomables
son lo que pasan desapercibidos, y en cambio los que pretenden destacar con
tatuajes y exabruptos son los más convencionales, y serán los adultos más
mediocres.
La
que me preocupa es Ana, una de las alumnas discretas.
Ayer
me enteré por casualidad de que no irá a una salida programada porque sufre
ataques de ansiedad. Lo archivé como un dato más.
Nuestro
trabajo se parece un poco al de un detective. Se trata, muchas veces, de
recopilar intuiciones, datos, miradas…dejarlos decantar, y si se observan
de manera desenfocada puede surgir el dibujo de un puzle incompleto
en el que se empieza a adivinar una figura
oculta.
Esto
es lo que me está ocurriendo con Ana.
Hace
dos semanas estuvimos hablando en clase sobre el abuso sexual en menores. Les
conté que había leído un relato en el que un padre “juega” en la bañera con su
hija enseñándole su “tortuguita”. La niña dibuja un pene en erección cuando le
piden en el colegio que dibuje una tortuga. Cuando le preguntan responde que es la
tortuguita de su papá, con toda naturalidad.
Les
expliqué que ese mismo día había visto en el metro a un padre con una niña de
unos cinco años. El papá se mostraba muy cariñoso con su hija y le prodigaba
muchos besos y caricias.
La
pregunta que les planteé es si les parecía que es posible, en un abuso en el
que no haya violencia, que el niño se lo pueda tomar como un juego y que sea
inocuo para él hasta el momento en el que los adultos que lo descubran se
alarmen y le transmitan el trauma, o si por el contrario pensaban que siempre
hay secuelas porque el niño percibe de alguna manera la intención perversa del
adulto.
Les
pregunté dónde estaba el límite, porque al fin y al cabo el padre cariñoso
también disfrutaba con la niña. ¿Era cultural o era objetivamente malo?
La
mayoría, Ana entre ellos, me contestaron que no era cultural, que no es lo
mismo jugar con un codo que con los genitales, que un niño no está preparado
para comprender la sexualidad de un adulto, y que siempre hacía daño, aunque el
niño no lo supiera en ese momento. Que los niños no pueden recibir abusos de
quienes se supone les tienen que proteger.
También
se planteó por qué el tratamiento es diferente según el género. Un niño es
“iniciado” en el sexo: un suertudo. Una niña es abusada sexualmente: una desgracia.
Recuerdo
que Ana insistió en que todo esto deja una lacra de por vida.
Ayer
empezamos otro tema. Al final de la clase, Ana se acercó a preguntarme en
privado si íbamos a seguir hablando del
abuso a menores. Le dije que creía que ya habíamos hablado lo
suficiente. Inmediatamente me sentí incómoda.
En cuanto salí
por la puerta las piezas del puzle volaron por los aires y se
dispusieron a ocupar sus posiciones lentamente.
No
sé si hoy tendré la oportunidad de
hablar con Ana y averiguar algún dato de su biografía que confirme mi
intuición.
Este es uno de los textos ( en su versión en castellano) incluidos en el libro "100 situacions extraordinàries a l'aula", escrito a cuatro manos con Jordi de Manuel.
Uf, tremendo. La valía de profes as8, tan comprometidos con lo que hacen, es inestimable.
ResponderEliminarDeseo que en esta ocasión falle tu intuición.
Ojalá todos los profesionales que se ocupan de nuestros hijos se implicasen así.
Besos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarYolanda, pues esto pasó hace ya unos años. Desgraciadamente pude hablar con ella y la chica tenía un problemón gordo en casa (me contó que el padre estaba a punto de salir de la cárcel por maltrato a su madre y estaba a muy preocupada de lo que se les venía encima). Ella entró en una anorexia muy fea durante el curso siguiente y tuvo que dejar el instituto por una temporada. Un par de años después me la encontré en el tren y me contó que había salido adelante como había podido, estaba estudiando de nuevo,se la veía mejor. Sí, a veces percibes cosas, pero sientes impotencia por lo poco que puedes hacer.
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